Tengo que
confesar que no uso el metro con la asiduidad requerida como para escribir una
crónica en la cual se pueda confiar, digamos, por ejemplo, con la intención de “hacer
un tour”. Sin embargo, me veo en la biológica necesidad de narrar resumidamente
los dos días de viaje en la línea uno del metro de Caracas que recientemente
sufrí, sniff.
Lo primero es
comprar el boleto, para lo cual hay un sistema el cual es digno reflejo de
nuestra sociedad. Las máquinas expendedoras automáticas enmohecen arrinconadas,
recordatorio estelar de lo que fuimos y ya no somos, y que podemos llegar a
ser, pero no ahora, más adelante; paciencia. Hay una interminable cola para la
taquilla y otra más pequeña para un señor en silla de ruedas que vende los
mismos tickets. Un buhonero, pero no se mal interprete, buhonero oficial del
metro.
Al atravesar el torniquete de la estación de
inmediato golpeó mi cara una ráfaga de brisa cálida, soporífera, de muy mala
onda y que rápidamente indujo en mí una sensación de desamparo. Mientras bajaba
la escalera tradicional (la mecánica naturalmente, no servía) me imaginé
descendiendo al hades donde mil o más almas condenadas esperaban su turno para
ser arrojadas a las distintas pailas del infierno. Estoy consciente de lo
dramático que suena, pero es lo que sentí, y una experiencia traumática no será
suficiente para quitarme lo cursi.
El andén tiene el
no muy común atributo de suprimir la individualidad. Tu cuerpo se convierte en
parte de un organismo mucho mayor; amorfo y sin pensamiento propio, que
serpentea sin propósito, y que solo actúa bajo las órdenes irrevocables de los instintos
primarios. Tamaña criatura que se auto inmola despedazándose así misma al
introducirse voluntaria, pero forzadamente, en las múltiples fauces del tren.
Para luego renacer, como un tumor maligno, alimentada por una nueva generación
de viajeros sudorosos que se apretujan e intercambian fluidos en un caos sin
fin.
Una vez dentro y
circulando, y si no está muy lleno, lentamente se revierte el proceso anterior
y comienzas a ser tu nuevamente, solo para ser fulminado con presteza por todo
tipo de: pregoneros, mendigos, ciegos, vendedores, mutilados, religiosos,
abuelitos y enfermos terminales (con constancia debidamente plastificada) solo
por citar algunos. Que si eres poseedor de un alma grande y noble como la mía
(pendejo) acabas con los bolsillos vacíos.
El interior de
los nuevos trenes no está dividido en vagones, es como un gran esófago, lo que
nos convierte obviamente en mucosidades excretables, y eso es precisamente lo
que ocurre cuando llegas a tu destino, no sales, te excretas. Y cuando
finalmente me encuentro a la persona con quien iba a reunirme, al verme en tan
lamentable estado, por todo saludo y con una mueca llena de ironía me dijo:
—Veo que te viniste en metro. Sniff.