sábado, 4 de junio de 2016

Crónica subterránea

Tengo que confesar que no uso el metro con la asiduidad requerida como para escribir una crónica en la cual se pueda confiar, digamos, por ejemplo, con la intención de “hacer un tour”. Sin embargo, me veo en la biológica necesidad de narrar resumidamente los dos días de viaje en la línea uno del metro de Caracas que recientemente sufrí, sniff.
Lo primero es comprar el boleto, para lo cual hay un sistema el cual es digno reflejo de nuestra sociedad. Las máquinas expendedoras automáticas enmohecen arrinconadas, recordatorio estelar de lo que fuimos y ya no somos, y que podemos llegar a ser, pero no ahora, más adelante; paciencia. Hay una interminable cola para la taquilla y otra más pequeña para un señor en silla de ruedas que vende los mismos tickets. Un buhonero, pero no se mal interprete, buhonero oficial del metro.
 Al atravesar el torniquete de la estación de inmediato golpeó mi cara una ráfaga de brisa cálida, soporífera, de muy mala onda y que rápidamente indujo en mí una sensación de desamparo. Mientras bajaba la escalera tradicional (la mecánica naturalmente, no servía) me imaginé descendiendo al hades donde mil o más almas condenadas esperaban su turno para ser arrojadas a las distintas pailas del infierno. Estoy consciente de lo dramático que suena, pero es lo que sentí, y una experiencia traumática no será suficiente para quitarme lo cursi.
El andén tiene el no muy común atributo de suprimir la individualidad. Tu cuerpo se convierte en parte de un organismo mucho mayor; amorfo y sin pensamiento propio, que serpentea sin propósito, y que solo actúa bajo las órdenes irrevocables de los instintos primarios. Tamaña criatura que se auto inmola despedazándose así misma al introducirse voluntaria, pero forzadamente, en las múltiples fauces del tren. Para luego renacer, como un tumor maligno, alimentada por una nueva generación de viajeros sudorosos que se apretujan e intercambian fluidos en un caos sin fin.
Una vez dentro y circulando, y si no está muy lleno, lentamente se revierte el proceso anterior y comienzas a ser tu nuevamente, solo para ser fulminado con presteza por todo tipo de: pregoneros, mendigos, ciegos, vendedores, mutilados, religiosos, abuelitos y enfermos terminales (con constancia debidamente plastificada) solo por citar algunos. Que si eres poseedor de un alma grande y noble como la mía (pendejo) acabas con los bolsillos vacíos.  
El interior de los nuevos trenes no está dividido en vagones, es como un gran esófago, lo que nos convierte obviamente en mucosidades excretables, y eso es precisamente lo que ocurre cuando llegas a tu destino, no sales, te excretas. Y cuando finalmente me encuentro a la persona con quien iba a reunirme, al verme en tan lamentable estado, por todo saludo y con una mueca llena de ironía me dijo: —Veo que te viniste en metro. Sniff.