miércoles, 24 de agosto de 2016

Nuestro futuro 1.0 (Para que se pueda comprender la secuela 2.0)

Era un ambiente cibernético, un laboratorio de pruebas biológicas en donde siete seres con forma humanoide trabajaban ininterrumpidamente, probando vacunas, anticuerpos, cultivos, reactivos y residuos bacteriológicos. Operaban tubos de ensayo, pipetas, Placas Petri, incubadoras, mezcladoras, centrífugas y desionizadores. Hay una temperatura constante de 35 grados bajo cero, esto es necesario para mantener las muestras biológicas y el laboratorio completamente esterilizado. Pero los humanoides no resienten de esto, sus resistentes aleaciones corporales fueron diseñadas para trabajar en temperaturas extremas. No hablan, se comunican por código binario de CPU craneal a CPU craneal, solo se escucha un tenue “Beep-Beep-Beep” cuando están comunicándose unos a otros los resultados de sus pruebas y almacenando en sus bancos se memoria.
El laboratorio está iluminado de una luz blanca, cegadora, emitida por potentes diodos colocados en paredes y techos, Todo el complejo está alimentado por una pequeña central nuclear anexa, la cual ha asegurado un suministro de energía por los últimos 600 años sin fallas ni interrupciones. Los siete androides solo saben trabajar, sus baterías internas se agotan cada 27 días, tras lo cual se acoplan en el módulo de recarga por 63 minutos y están listos para retomar sus labores. Estas siete maquinas eran la última esperanza de la humanidad para encontrar la cura de un terrible virus, que una vez ha invadido el organismo tiene el mismo efecto que una píldora de cianuro, matando a la persona en pocos segundos, para inmediatamente después cambiar toda su estructura genética haciendo imposible la elaboración de una vacuna por métodos tradicionales. El último descubrimiento hecho por la ciencia humana fue que el virus deja de mutar cuando su temperatura alcanza 30 grados bajo cero. Después de ese hallazgo ya no hubo tiempo de nada, toda la población se infectó y murió en pocas semanas.

Animales y plantas reclamaron pueblos y ciudades en escasas décadas pues, irónicamente, resultaron inmunes a estos microorganismos. Todo lo que queda hoy de lo que fuimos es un laboratorio rodeado por la jungla, con siete humanoides trabajando sin cesar para encontrar una cura que ya no hace falta.

martes, 23 de agosto de 2016

Nuestro futuro 2.0

Como si nada, la unidad R-7 se retiró del enorme contenedor-batidora. Setenta y dos Matraces Erlenmeyer vibraban frenética y simultáneamente con cultivos de diferentes colores. Una extraña luz verde en forma de casco iluminó toda la cabeza del robot. Signo indicativo del resultado positivo del experimento. El virus ya no se replicaba. Después de setecientos veinte años R7 había encontrado el antídoto para el virus conocido más infeccioso de la historia. Las cabezas de los demás androides se iluminaron de igual forma y pausadamente se dirigieron a sus módulos de recarga. A continuación, se produjo una situación completamente inédita, la computadora central cortó comunicación con las unidades robóticas y automáticamente se colocó en modo de localización y transmisión de datos. Tenía ahora una importante misión, en las próximas horas debía encontrar una frecuencia terrestre o satelital segura y válida para enviar un único archivo plano de texto contentivo de 900 terabytes de información con todo el historial y resultados de las pruebas hasta ahora realizadas, incluyendo el hallazgo final con la formula química de la cura.
Sin embargo, no se lograba encontrar la señal, la CPU consumía más y más energía orientando las antenas del complejo hacia el espacio exterior en busca de satélites primero y sondas exploradoras conocidas luego, pero sin resultado alguno. Tras meses de escaneo infructuoso y sin lograr comprender que ya no había nadie en todo el planeta a quien entregar los resultados, la enorme máquina apagó los generadores principales y se colocó en la primera etapa de hibernación sostenida, canalizando toda la refrigeración para ella sola, se programó para despertar en 50 años y retomar la transmisión bajo mejores condiciones. Los androides eran ahora no prioritarios y por tanto descartables.

La unidad R5 sintió los efectos del sobrecalentamiento de sus circuitos. El calor sofocante hizo que los sensores de temperatura activaran los PDE o (Protocolos de Emergencia) Algoritmos de respaldo comparables al instinto de supervivencia humano, el cual explora opciones para salvaguardar la integridad de su sistema. Al levantarse de golpe el conector de carga se desprendió dando un sonoro chispazo, provocando una subida de voltaje en su fuente de poder que, lamentablemente el relé de protección no pudo frenar y dejó pasar al conjunto de CPU y memoria.  A partir de ese momento algo cambió. R5 apuntó sus cámaras y miró sus enormes mc-9 (Manos cibernéticas N° 9, un diseño mejorado de la mano humana con nueve dedos y tres pulgares oponibles), se miró de frente en uno de los espejos de acero de la plataforma y se reconoció así mismo. Luego reconoció a sus compañeros. Inmóviles, mirando hacia el infinito, sus circuitos friéndose lentamente y esperando su destino con la tranquilidad inanimada de las máquinas. Entonces comprendió que debía actuar de inmediato y evitar la extinción de su propia especie.

jueves, 18 de agosto de 2016

El aporte de la soledad

Y pensar que hace solo unas horas mis ojos brillaban de codicia frente a la ruleta, en el casino del barco. Ahora flotaba solo en una balsa, en algún extremo de la inmensidad del mar. ¿Dónde se había ido todo el mundo?  Los interminables vaivenes y el profundo olor a sal no me dejaban concentrar y en mi cabeza solo se agolpaban imágenes de experiencias felices, sin embargo, me cuidaba de reír, ya que repentinos lengüetazos de agua azotaban mi cara, recordándome con nauseabundos tragos salados quien era el dueño de la situación.   
Muy pronto me di cuenta de lo insignificante que somos. Rodeado de horizontes, yo solo era un punto, trémulo y opacado cuya única finalidad de vivir era poder respirar otra bocanada de aire y poder saciar mi sed.  Nosotros, los señores de este planeta, somos frágiles trozos de carne a merced de los elementos. Solo hace falta despojarnos de nuestras cómodas corazas para poder verlo.
Tras horas oteando el infinito me convencí de que estaba solo y que tenía que actuar. Adosado a las paredes internas de la balsa había un pequeño kit de supervivencia que, en mi angustia y desesperación pase por alto. Este pequeño maletín hizo que de inmediato mi orgullo y vanidad humanas afloraran como si de la extirpación de una fístula purulenta se tratara. Tomé con desesperación de una de las botellitas de deliciosa agua dulce. La rehidratación hizo maravillas en mí. Saqué mi pecho y agucé la mirada, tarde o temprano vendrían a rescatarme y volvería a mi vida normal.
Pero la felicidad no duró mucho. El cielo perdía su azul y la penumbra no tardaba en adueñarse de todo, las aguas se tornaban oscuras, me sentí desfallecer ante el advenimiento de la oscuridad y el llanto me invadió, lloré mucho pero el mar lavaba mi cara constantemente y no dejaba salir las lágrimas, ─ ¡pobre de mí! Repetía una y otra vez.
De nuevo comenzaron los temblores cuando finalmente la noche se cerró y no podía ver mi mano frente a la cara, el sonido se adueñó de todo y con cada movida de la balsa pensé en caer y perderme irremediablemente en ese oscuro abismo. No obstante, de alguna manera la balsa lograba mantenerse a flote, las profundidades no terminaban de tragarme, me quede sin fuerzas y me derrumbé, y por alguna absurda razón me quede dormido.

Por la mañana me despertó el grito ensordecedor de la sirena de un barco. ¡Me había salvado! Pero ahora no estaba seguro de querer regresar, el mar tiene la rara cualidad de dar y quitar la voluntad de vivir.