Y pensar que hace solo unas horas mis ojos brillaban de codicia frente a
la ruleta, en el casino del barco. Ahora flotaba solo en una balsa, en algún
extremo de la inmensidad del mar. ¿Dónde se había ido todo el mundo? Los interminables vaivenes y el profundo olor
a sal no me dejaban concentrar y en mi cabeza solo se agolpaban imágenes de
experiencias felices, sin embargo, me cuidaba de reír, ya que repentinos
lengüetazos de agua azotaban mi cara, recordándome con nauseabundos tragos
salados quien era el dueño de la situación.
Muy pronto me di cuenta de lo insignificante que somos. Rodeado de
horizontes, yo solo era un punto, trémulo y opacado cuya única finalidad de
vivir era poder respirar otra bocanada de aire y poder saciar mi sed. Nosotros, los señores de este planeta, somos
frágiles trozos de carne a merced de los elementos. Solo hace falta despojarnos
de nuestras cómodas corazas para poder verlo.
Tras horas oteando el infinito me convencí de que estaba solo y que
tenía que actuar. Adosado a las paredes internas de la balsa había un pequeño
kit de supervivencia que, en mi angustia y desesperación pase por alto. Este
pequeño maletín hizo que de inmediato mi orgullo y vanidad humanas afloraran
como si de la extirpación de una fístula purulenta se tratara. Tomé con
desesperación de una de las botellitas de deliciosa agua dulce. La
rehidratación hizo maravillas en mí. Saqué mi pecho y agucé la mirada, tarde o
temprano vendrían a rescatarme y volvería a mi vida normal.
Pero la felicidad no duró mucho. El cielo perdía su azul y la penumbra
no tardaba en adueñarse de todo, las aguas se tornaban oscuras, me sentí
desfallecer ante el advenimiento de la oscuridad y el llanto me invadió, lloré
mucho pero el mar lavaba mi cara constantemente y no dejaba salir las lágrimas,
─ ¡pobre de mí! Repetía una y otra vez.
De nuevo comenzaron los temblores cuando finalmente la noche se cerró y
no podía ver mi mano frente a la cara, el sonido se adueñó de todo y con cada
movida de la balsa pensé en caer y perderme irremediablemente en ese oscuro
abismo. No obstante, de alguna manera la balsa lograba mantenerse a flote, las
profundidades no terminaban de tragarme, me quede sin fuerzas y me derrumbé, y
por alguna absurda razón me quede dormido.
Por la mañana me despertó el grito ensordecedor de la sirena de un barco.
¡Me había salvado! Pero ahora no estaba seguro de querer regresar, el mar tiene
la rara cualidad de dar y quitar la voluntad de vivir.
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