Salí
de nuevo a la calle, a 20 metros un hombre de mediana edad se dirigía hacia mí
con su bolsa de la compra, descubrí en ese instante que mi cerebro podía
recrear el movimiento del hombre si cerraba mis ojos por un instante, al
abrirlos el hombre ya estaba mucho más cerca, repetí la operación y ya estaba
frente a mí, traté de hablar, pero nada salió de mi boca, no había sonido,
¡Dios mío el sonido!, estoy ahora en un mundo totalmente silente, o por lo
menos era eso lo que yo creía ya que lo siguiente que vi fue la cara del hombre
mirándome fijamente en expresión de saludo. Me dijo: ─ Hola
vecino. En realidad no lo escuché, pero sé que me lo dijo, y también sabía que
debía responder, ¿pero cómo?
Pensé
como si estuviera hablando, o no sé si hablé como si estuviera pensando, pero
no dio resultado ya que mi vecino cambio la expresión de su rostro y ahora
mostraba un gesto de extrañeza. Tenía que actuar rápido si no quería ser
descubierto como un impostor en ese extraño mundo. Que ahora era también el mío.
El gesto inamovible que ahora tenía frente a mí
se tornaba más extraño por momentos y no podía remediarlo, estaba desesperado.
Desde el fondo de mi alma grite: ─ HOOOLAAAA VECIIIIINOOO.
Lo
siguiente que vi fue a mi vecino sonriéndome amablemente mientras se alejaba, lo
había logrado, no sabía muy bien como pero pude hacerme escuchar. Es de
destacar el hecho de que no hubo ningún sonido involucrado en todo ese proceso
de comunicación. Debía seguir practicando y me dispuse a caminar por la calle
de mi vecindario.
A cada
parpadeo, un paso, esa fue la manera de como mi cerebro desarrolló un mecanismo
para darme una sensación de movilidad y de traslación entre espacios, y al
mismo tiempo no enloquecer. Pues cada vez que mi conciencia notaba un atisbo de
adaptación, sobrevenía invariablemente un ataque de pánico, que a decir un
chiste: me dejaba paralizado.
A
decir verdad, y sin incluir la falta absoluta de todo movimiento, las cosas que
me rodeaban se veían exactamente igual a como yo las recordaba, el mismo
quiosco de revistas en la esquina, la misma carnicería de mi amigo Fred, a
quien no me costó mucho reconocer, ya que siempre tuvo una eterna sonrisa
pintada en su rostro. Pero me daba terror interactuar, un miedo dentro de un
terror, así se pueden resumir mis primeros pasos en mi nuevo hogar. Regresé a
casa a reflexionar y analizar cómo podía salir adelante con todo esto.
Yacía
en mi cama mirando el techo por lo que pareció una eternidad, hasta que una voz
a gritos inundo mi cabeza: EL TIEMPO, ¿QUE PASA CON EL TIEMPO? Hasta ahora no había considerado esa nimiedad.
¿Cuánto había transcurrido desde que desperté aquí? ¿Diez o acaso quince horas?
Pero es que fuera seguía haciendo un sol radiante. ¿Es que no anochece en este
lugar? Me tardé mucho para darme cuenta, cogí mi reloj de mi mesita de noche y
lo observé: 10:30 de la mañana, ¿Cómo era esto posible? Otro ataque de pánico
venía en camino aceleradamente.
Dado
que el tiempo no transcurre no hay continuidad en las acciones, solo hay saltos
entre momentos. Para ellos la vida es perfectamente normal, pero para mí, para
mi cerebro era imposible de asimilar, tuve que viajar hasta los límites mismos
de mi realidad y bordear la locura para poder entenderlo y vivir entre ellos.
Es un
mundo atrapado en una mañana soleada, no hay principio ni final simplemente se
repite eternamente, los habitantes no tienen vidas para ser vividas, tienen un
momento para disfrutarlo a perpetuidad, aquí nadie muere, aquí nadie nace
Ahora,
después de transcurrido lo que parece ser alrededor de un año en este extraño mundo
todavía me pregunto: ¿cuál es el sentido de la vida en este lugar? Todo el
mundo parece aquí normal con diez minutos eternos, es más, ese tiempo
transcurre solo para mí. Y si, quiero quedarme. si lo vemos correctamente, es
la felicidad en su estado puro.
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