viernes, 23 de diciembre de 2016

El desastre venezolano (Primera parte)


Me ha tocado vivir en este tiempo, no como mis antepasados o mis hijos, este tiempo, el de la destrucción de mi país. Prácticamente la totalidad de mi vida adulta bajo este régimen chavista. Durante mi juventud en la era pre-chavista me tocó vivir la crisis financiera de los años 90, fue muy fuerte, pero pude recuperarme, a pesar de la crisis y que muchas personas quedaron arruinadas, nunca escasearon la comida ni los bienes básicos.
Cuando ocurrieron las elecciones de 1999 me tocó (por obligatoriedad) trabajar en una mesa electoral, fui testigo de primera mano del fervor que provocó Chaves entre la gente del pueblo, con su discurso de justicia social y odio a las oligarquías caló muy bien en el pueblo llano.
He de confesar que nunca me engañó, a pesar de yo también ser pobre ni poseer vivienda propia era un profesional en ciernes y pude detectar la manipulación mediante el discurso populista ramplón en el contenido de sus palabras. Mas sin embargo en mucha gente educada si calaron sus poses autoritarias y sus promesas de orden y progreso, sus amenazas a los corruptos iluminaban sonrisas en mucha clase media, la cual desde luego lo odiaría a muerte. He de decir que, durante esa campaña presidencial nunca, pero nunca se nombró la palabra socialismo, en todo caso le término “tercera vía” estaba muy en boga.
Disculpen la vanidad, pero lo repetiré una vez más: el chavismo nunca me engañó. Y dos factores contribuyeron mucho a esto. El primero fue que trabajé como auxiliar contable en una institución militar durante los primeros años noventa del siglo pasado. Fui testigo presencial de prebendas, fiestas con derroche de “escocés” de doce años y estafas al presupuesto de la institución con mucha desfachatez y descaro. Si lo viví, las fiestas, el ladronismo y el derroche eran moneda corriente en esa institución, eso fue hace más de 20 años, no quiero pensar como es ahora que la degradación del chavismo ha perneado en todas las capas de la sociedad.
El segundo factor a tomar en cuenta era mi pasión por la historia, y por la historia de las guerras y grandes conflictos que han moldeado nuestro mundo y nuestro tiempo. Lo suficiente como para saber que los rangos y medallas bien ganadas son las que se logran en el campo de batalla, arriesgando la vida, con actos de valentía, con arrojo e imprudencia sin límites. Los países premian a sus suertudos hijos con estas distinciones y mejor ganadas no podrían estar. Vean esto:


¿Alguno de ustedes me puede decir en que cruenta batalla este “señor” se ha ganado tales condecoraciones? Yo lo sé, y ustedes lo saben.
Sin intención de disgregarme en la ridiculez y pantallería innata de este régimen, solamente diré que un militar caribeño no probado en combate no puede dar lecciones de moral, decencia arrojo o valentía a nadie. Menos capacitarlo para gobernar un país.
Por eso nunca me engañaron, supe detectar de inmediato su superficialidad, en sus maneras ordinarias no veía hombres del pueblo haciendo justicia social, veía aprovechadores, estafadores y ladrones en evolución. La noche de las elecciones cuando dieron como próximo presidente a Chavez, volteé y le dije a mi esposa: preparémonos porque una época de oscuridad se cierne sobre este país, solamente le ruego a Dios que no sea por mucho tiempo. Nunca olvidaré eso.
Lo demás fue la confirmación de lo que ya pensaba que podía ocurrir pero exacerbado por una gran parte de una sociedad que cayó con el gobierno en el lodazal de lo incorrecto, de lo errado, de lo que está mal, de lo fácil. Esta larga noche todavía no amanece, pero mientras más oscura es, mas bonito será el amanecer. De eso, si estoy seguro. 

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