Soy testigo presencial de la gente hurgando en la basura para comer. Gente normal no indigentes. Gente que está al límite de sus posibilidades, gente que está luchando por sobrevivir, gente que recorre un sinfín de farmacias buscando un medicamento del cual depende su vida o la de un familiar, gente que las circunstancias generadas desde arriba, desde la cúpula indolente, han regresado a lo básico, a buscar algo de comer para poder vivir otro día. Pobre país rico.
Esa gente, que es desgraciadamente, muchísima, y que ahora le hace compañía la clase media, quizá la única diferencia con estos últimos sea que tienen un hogar confortable para vivir, pero la miseria y desesperación es exactamente la misma, esa gente, ese pueblo no existe en los discursos de la cúpula indolente, para ellos no hay tal crisis humanitaria, prefieren ignorarlos. En corto y cruel resumen: No les duele.
Pero solo se engañan a sí mismos, porque están condenados. También están desnudos ante el mundo. Ya la comunidad internacional está plenamente consciente del cuento de horror que vivimos aquí dentro, por lo menos esa batalla la hemos ganado. ¡Pero oh sorpresa!, el mundo también es indolente. Y lo sabíamos, ¿O es que nunca vimos con cierto desdén, desde nuestra cómoda lejanía a niños muriendo de hambre en África por años y años? ¿Atroces guerras en los años ochenta y noventa del siglo pasado y solo arrancaba de nosotros la frase “el mundo está jodido” entre mordiscos del sándwich de la merienda?
¿Nos lo merecemos? Ciertamente no, nadie lo merece. Pero algo si está para mi meridianamente claro: Este peo en el cual nos hemos metido lo tenemos que solucionar nosotros mismos. Créanme nadie, por más apoyo desde fuera que tengamos (y eso que debilita al régimen) va a venir a ayudarnos a derrocar a la cúpula corrupta e indolente que nos oprime, nadie.
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