sábado, 7 de mayo de 2022

Hasta dónde apoyamos a Ucrania

 77 años después del final de la Segunda Guerra Mundial y a los 33 del fin de una paz salvaguardada por el equilibrio del terror, aunque siempre amenazada, las inquietantes imágenes de la guerra han vuelto a nuestras puertas, liberadas por el arbitrio de Rusia. La presencia mediática de los acontecimientos de esta contienda domina nuestra vida cotidiana como nunca. Un presidente ucranio que conoce bien el poder de las imágenes se encarga de hacernos llegar mensajes sobrecogedores, mientras que las nuevas escenas de brutal destrucción y espantoso sufrimiento que se producen a diario encuentran en las redes sociales de Occidente un eco autorreforzado. La novedad de la difusión y la capacidad calculada de causar impacto en la opinión pública de un acontecimiento bélico con el que no se contaba probablemente nos produzca más impresión a los mayores que a los jóvenes, acostumbrados a los medios.

No obstante, tanto con una hábil puesta en escena como sin ella, son hechos que nos crispan los nervios y a cuyo efecto estremecedor contribuye la conciencia de la proximidad geográfica de la batalla. Así, entre los espectadores de Occidente crece la inquietud con cada muerte, la conmoción con cada asesinato, la indignación con cada crimen de guerra, y también el deseo de alguna forma de oposición activa. El telón de fondo racional contra el que se agitan estas emociones en todo el país es la lógica toma de partido contra Putin y contra el Gobierno ruso que ha lanzado una guerra ofensiva a gran escala violando la legislación internacional, y que con su estrategia sistemáticamente inhumana conculca el derecho internacional humanitario.

A pesar de esta toma de partido unánime, entre los gobiernos de la alianza de Estados occidentales han empezado a surgir planteamientos dispares, y en Alemania ha estallado una estridente polémica, alimentada por los comentarios en la prensa, sobre la naturaleza y el alcance de la ayuda militar a la asediada Ucrania. Las peticiones de una Ucrania acosada sin culpa que convierte sin reparo los errores de apreciación política y las tomas de decisiones equivocadas de anteriores gobiernos alemanes en chantaje moral son tan comprensibles como naturales los sentimientos, la compasión y la necesidad de ayudar que despiertan en todos nosotros.

Y, sin embargo, me irrita la seguridad en sí mismos con que los acusadores moralmente indignados de Alemania se oponen a un Gobierno federal reflexivo y cauto. En una entrevista con la revista Der Spiegel, el canciller alemán, Olaf Scholz, resumía así su política: “Nos enfrentamos al terrible sufrimiento que Rusia está infligiendo a Ucrania con todos los medios a nuestro alcance, sin crear una escalada incontrolable que cause un dolor inconmensurable en todo el continente, y quizá incluso en todo el mundo”. Ahora que Occidente ha tomado la decisión de no intervenir en este conflicto como beligerante, hay un umbral de riesgo que impide comprometerse sin restricciones a armar a Ucrania. Este umbral ha vuelto a quedar patente con el reciente cierre de filas del Gobierno alemán con los aliados en la base aérea de Ramstein y la renovada amenaza de Serguéi Lavrov de utilizar armas nucleares. Quienes, con una actitud agresiva y autosuficiente, quieren seguir empujando al canciller en esa dirección sin tener en cuenta este límite, ignoran o malinterpretan el dilema en el que esta guerra ha sumido a Occidente. Y es que Occidente, con su decisión moralmente bien fundamentada de no ser parte de la guerra, se ha atado las manos.

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Un soldado ucranio, junto a un edificio destruido por los bombardeos rusos, en Chernihiv (Ucrania).
Un soldado ucranio, junto a un edificio destruido por los bombardeos rusos, en Chernihiv (Ucrania).AP PHOTO/ EMILIO MORENATTI

El dilema que pone a Europa en el peligroso brete de elegir entre dos males —la derrota de Ucrania o la conversión de un conflicto limitado en una tercera guerra mundial—es claro. Por una parte, de la Guerra Fría hemos aprendido que una guerra contra una potencia nuclear ya no puede ser “ganada” en ningún sentido razonable, al menos no con la fuerza militar en el plazo limitado de un conflicto caliente. La capacidad de amenaza nuclear significa que la parte amenazada, posea o no armas nucleares, no puede poner fin a la insoportable destrucción causada por la fuerza militar con una victoria, sino, en el mejor de los casos, con un compromiso que permita salvar la cara a ambas partes. No cabe esperar, por tanto, que ningún bando acepte una derrota que suponga su retirada del campo de batalla como “perdedor”. Las negociaciones de alto el fuego que se están desarrollando al mismo tiempo que se sigue combatiendo son una manifestación de esta idea: mientras duran, mantienen abierta la consideración mutua del adversario como posible socio negociador. Es verdad que la posibilidad de sostener la amenaza nuclear por parte de Rusia depende de que Occidente crea capaz a Putin de utilizar armas de destrucción masiva. Pero, de hecho, a lo largo de las últimas semanas, la CIA ya ha advertido de que existe el peligro de que se utilicen armas atómicas tácticas (que, al parecer, solo se han desarrollado para volver a hacer posible la guerra entre potencias nucleares). Esto proporciona al bando ruso una ventaja asimétrica sobre la OTAN, la cual, debido a las dimensiones apocalípticas de una guerra mundial —con la participación de cuatro potencias nucleares—, no quiere convertirse en parte beligerante.

Ahora es Putin quien decide cuándo cruza Occidente el umbral definido por el derecho internacional, más allá del cual él considera, también formalmente, que el apoyo militar a Ucrania representa la entrada occidental en la guerra. Dado el riesgo de una conflagración mundial, que debe evitarse a toda costa, la indeterminación de esta decisión no deja margen alguno a especulaciones arriesgadas. Incluso si Occidente fuera lo bastante cínico como para asumir el riesgo implícito en la “advertencia” sobre la utilización de un arma nuclear “táctica” —es decir, para aceptarlo en el peor de los casos—, ¿quién podría garantizar que pudiera detenerse la escalada? Solo queda margen para argumentos que deben ser sopesados cuidadosamente a la luz de los necesarios conocimientos especializados y de toda la información imprescindible, no siempre a disposición pública, a fin de tomar decisiones bien fundadas. Por lo tanto, Occidente, que no ha dejado lugar a la duda sobre su participación de facto en este conflicto con las drásticas sanciones impuestas desde el primer momento, debe medir cuidadosamente cada grado adicional de apoyo militar a fin de determinar si con ello podría estar sobrepasando el límite impreciso, por cuanto depende del poder de Putin para establecerlo, de la entrada formal en la guerra.

Por otra parte, el bando occidental, como muy bien sabe la parte rusa, no puede dejarse chantajear a discreción por causa de esta asimetría. Si se limitara a abandonar a su suerte a Ucrania, no solo sería un escándalo desde el punto de vista político y moral, sino que iría en contra de sus propios intereses, ya que no cabe duda de que entonces tendría que volver a jugar a la misma ruleta rusa en el caso de Georgia o de Moldavia, y quién sabe quién sería el próximo. Es cierto que la asimetría que podría conducirlo a un callejón sin salida a largo plazo solo existirá mientras Occidente siga evitando, con buen criterio, el riesgo de una guerra nuclear mundial. Así, al argumento de que no hay que arrinconar a Putin porque, en ese caso, sería capaz de cualquier cosa, se contrapone el de que precisamente esta “política del miedo” da vía libre al adversario para que siga extendiendo el conflicto paso a paso, como señalaba Ralf Fücks en Süddeutsche ZeitungPor supuesto, también este argumento no hace sino ratificar la naturaleza de una situación esencialmente imprevisible. Porque mientras estemos decididos, por buenas razones, a no entrar en esta guerra para proteger a Ucrania, la clase y el alcance del apoyo militar se deberán decidir teniendo en cuenta estas condiciones. Quienes se oponen a una “política del miedo” con consideraciones justificables racionalmente se encuentran ya en el ámbito argumentativo de esa ponderación políticamente responsable y detallada e imparcialmente informada en la que insiste con razón el canciller Olaf Scholz.

Contra la sovietología

La cuestión aquí es tener en cuenta cuál sería, desde nuestro punto de vista, una interpretación aceptable para Putin de un límite conforme al derecho que nosotros mismos nos hemos impuesto. Los enardecidos detractores de la línea gubernamental caen en la incoherencia al negar las implicaciones de una decisión básica y trascendental que no cuestionan. La determinación de no participar no significa que Occidente se limite a abandonar a Ucrania a su suerte en su lucha contra un adversario superior hasta que la intervención sea inevitable. Es evidente que sus entregas de armas pueden influir favorablemente en el curso de una contienda que Ucrania está decidida a continuar aun a costa de grandes sacrificios. Ahora bien, ¿apostar por una victoria ucrania sobre la infernal estrategia militar rusa sin tomar las armas uno mismo no es acaso un autoengaño piadoso? La retórica belicista no se compadece con el palco desde el que se entona con elocuencia, ya que no anula la imprevisibilidad de un adversario que podría apostarlo todo a una carta. El dilema de Occidente consiste en que solo puede dar a entender a Putin —que, llegado el caso, podría estar dispuesto incluso a una escalada nuclear— su firmeza en lo que a la integridad de las fronteras nacionales de Europa se refiere prestando a Ucrania un apoyo militar autolimitado que no traspase la línea roja de lo que el derecho internacional define como una entrada en guerra. Ponderar con sobriedad la asistencia militar autolimitada se complica aún más cuando se tienen en cuenta los motivos que impulsaron a la parte rusa a tomar una decisión evidentemente mal calcu­lada. La focalización en la persona de Putin lleva a conjeturas descabelladas que nuestros principales medios de comunicación difunden hoy como en los mejores tiempos de la sovietología especulativa. La imagen de un Putin decididamente revisionista que prevalece en la actualidad se tiene que equilibrar como mínimo con una estimación racional de sus intereses. Incluso si Putin cree que la disolución de la Unión Soviética fue un gran error, la idea de un visionario excéntrico que, con la bendición de la Iglesia ortodoxa rusa y bajo la influencia del ideólogo autoritario Alexander Dugin, ve la restauración gradual del gran imperio ruso como la obra de su vida política difícilmente refleja toda la verdad sobre su carácter. Sin embargo, estas proyecciones son la base sobre la que se apoya la suposición generalizada de que las intenciones agresivas de Putin van más allá de Ucrania y se extienden a Georgia y Moldavia, luego a los miembros de la OTAN de la región del Báltico y, por último, a los Balcanes.

A esta imagen de Putin como una personalidad nostálgica del pasado movida por su delirio se contrapone un historial de ascenso social y una carrera de buscador de poder racional y calculador formado en el KGB, cuya inquietud por las protestas políticas en los círculos cada vez más liberales de su propio país se agudizó con el giro de Ucrania hacia Occidente y el movimiento de resistencia política en Bielorrusia. Desde esta perspectiva, su repetida agresión se entendería más bien como una respuesta cargada de frustración a la negativa de Occidente a negociar su agenda geopolítica, principalmente el reconocimiento internacional de sus conquistas infractoras del derecho internacional y la neutralidad de una “zona colchón” que debía incluir a Ucrania. El abanico de estas y otras especulaciones similares no hace sino ahondar las incertidumbres de un dilema que “exige extrema cautela y contención”, como concluye el instructivo análisis de Peter Graf Kielmansegg publicado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung el 19 de abril de 2022.

“Crisis de identidad”

Pero ¿cómo se explica entonces el acalorado debate interno en torno a la política, reiteradamente afirmada por el canciller Scholz, de meditada solidaridad con Ucrania en sintonía con los socios de la UE y la OTAN? Para evitar confundir temas, dejaré de lado la polémica sobre la prolongación de una política de distensión con un cada vez más imprevisible Putin, que dio buenos resultados hasta la caída de la Unión Soviética e incluso después, y que ahora ha demostrado ser una grave equivocación. Lo mismo haré con el error cometido por los sucesivos gobiernos alemanes al hacerse dependientes de las importaciones baratas de petróleo ruso cediendo a la presión de la economía. Algún día los historiadores juzgarán la poca memoria de las actuales controversias.

Diferente es el caso del debate que, bajo el enunciado cargado de significado “una nueva crisis de identidad alemana”, discute ya las consecuencias de un “cambio de era” en principio referido exclusivamente a la política del este alemana y al presupuesto de defensa. Porque este debate, ligado sobre todo a los portentosos ejemplos de conversión de espíritus pacifistas, parece anunciar la transformación histórica de una mentalidad alemana de posguerra ganada con esfuerzo e insistentemente denunciada por la derecha, y con ella el fin de un modo de practicar la política alemana enfocado al diálogo y la salvaguarda de la paz.

Esta interpretación toma como referencia el ejemplo de los jóvenes educados en la sensibilidad a las cuestiones normativas que no ocultan sus emociones y que han sido los que más han levantado la voz exigiendo un compromiso mayor. Da la impresión de que la realidad totalmente nueva de la guerra los ha sacado de golpe de sus ilusiones pacifistas. Asimismo, recuerda a la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, hoy convertida en icono, la cual, nada más empezar la guerra, dio una expresión auténtica a la conmoción con gestos creíbles y una retórica confesional. No quiere decir que con ello no representara también la compasión y el impulso de ayudar generalizados entre la población de nuestro país, sino que además otorgó una forma convincente a la identificación espontánea con el apremio vehementemente moralizador de los dirigentes ucranios, decididos a ganar. De este modo, llegamos al núcleo del conflicto entre aquellos que, con empatía pero bruscamente, adoptan la perspectiva de una nación que lucha por su libertad, su derecho y su vida, y los que han extraído una lección diferente de las experiencias de la Guerra Fría y, como los que protestan en nuestras calles, han desarrollado una mentalidad distinta. Los primeros solo pueden imaginar la guerra desde la alternativa entre la victoria y la derrota; los segundos saben que las guerras contra una potencia nuclear ya no se pueden “ganar” en el sentido tradicional.

Miembros del Gobierno alemán, entre ellos Olaf Scholz, escuchan la intervención en remoto del presidente ucranio, Volodímir Zelenski, el 17 marzo, en el Bundestag (Berlín).
Miembros del Gobierno alemán, entre ellos Olaf Scholz, escuchan la intervención en remoto del presidente ucranio, Volodímir Zelenski, el 17 marzo, en el Bundestag (Berlín).TOBIAS SCHWARZ (AFP VIA GETTY IMAGES)

Mentalidad posheroica

A grandes rasgos, las mentalidades más nacionales y más posnacionales de las poblaciones constituyen el trasfondo de las diferentes actitudes ante la guerra. Esta diferencia se hace patente cuando se comparan la admirada y heroica resistencia y la evidente disposición al sacrificio de la población ucrania con lo que, generalizando, cabría esperar de “nuestras” poblaciones de Europa Occidental en una situación similar. Nuestra admiración se mezcla con un cierto asombro por la seguridad en la victoria y el valor inquebrantable de los soldados y los reclutas de todas las edades, obstinadamente decididos a defender su patria de un enemigo militarmente muy superior. En Occidente, por el contrario, contamos con ejércitos profesionales a los que pagamos para que, llegado el caso, no tengamos que tomar las armas nosotros mismos para defendernos, y dejemos la defensa en manos de personas que ejercen la profesión de soldados.

Esta mentalidad posheroica pudo desarrollarse en Europa Occidental —si se me permite la generalización— durante la segunda mitad del siglo XX gracias al paraguas nuclear de Estados Unidos. En vista de la devastación que la guerra nuclear hacía posible, entre la élite política y la abrumadora mayoría de la población se extendió la idea de que, en esencia, los conflictos internacionales solo pueden solucionarse mediante la diplomacia y las sanciones, y que, en caso de estallido de un conflicto militar, este debe resolverse cuanto antes, ya que el peligro difícilmente calculable que conlleva la amenaza de la utilización de armas de destrucción masiva implica que es humanamente imposible poner fin a la guerra con una victoria o una derrota en sentido tradicional. “De la guerra solo se puede aprender a hacer la paz”, afirma Alexander Kluge. Esta manera de ver no se traduce necesariamente en un pacifismo por principio, es decir, la paz a cualquier precio. El propósito de acabar lo antes posible con la destrucción, el sufrimiento humano y la descivilización no equivale a exigir sacrificar una existencia políticamente libre a la mera supervivencia. A primera vista se diría que el escepticismo frente al empleo de la fuerza militar encuentra su límite en el precio de una vida asfixiada por el autoritarismo, una existencia de la que habría desaparecido incluso la conciencia de la contradicción entre la normalidad impuesta y la vida autodeterminada.

Me explico la conversión de nuestros antiguos pacifistas, celebrada por los intérpretes derechistas del cambio de era, como el producto de la confusión de esas mentalidades enfrentadas en el tiempo, pero históricamente asincrónicas. Este grupo distinguido comparte la confianza de los ucranios en la victoria mientras apela con la mayor naturalidad al derecho internacional conculcado. Después de Bucha, el eslogan “Putin, a La Haya” se propagó a la velocidad del viento, señalando hasta qué punto solemos dar por sentados los estándares normativos que aplicamos a las relaciones internacionales, o lo que es lo mismo, indicando el verdadero alcance del cambio que afecta a las expectativas y la sensibilidad humanitaria de la población.

A mi edad no oculto cierta sorpresa: con qué profundidad ha tenido que ser arado el sustrato de nuestras certezas culturales sobre el que hoy viven nuestros hijos y nietos para que hasta la prensa conservadora apele a los fiscales de un Tribunal Penal Internacional que ni Rusia, ni China ni Estados Unidos reconocen. Por desgracia, estas realidades también delatan la vacuidad de los fundamentos de la acalorada identificación con las acusaciones morales cada vez más estridentes contra la moderación alemana. No es que el criminal de guerra Putin no merezca comparecer ante un tribunal, sino que sigue teniendo derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y puede amenazar a sus oponentes con una guerra nuclear. Todavía hay que negociar con él el fin de la guerra, o al menos un alto el fuego. No veo ninguna justificación convincente para reclamar una política que, por doloroso y cada vez más insoportable que resulte ver el sufrimiento diario de las víctimas, ponga en peligro de hecho la bien fundada decisión de no participar en esta guerra.

Los aliados no deberían reprocharse mutuamente unas diferencias político-mentales que encuentran su explicación en una evolución histórica desigual, sino tomar nota de ellas como un hecho y tenerlas sabiamente en cuenta en su cooperación. Pero mientras estas diferencias que determinan la perspectiva permanezcan en un segundo plano, solo darán lugar a la confusión emocional —como ocurrió con las reacciones de los diputados alemanes a la llamada moral al orden del presidente ucranio en su discurso en vídeo ante el Parlamento federal—, a la mezcla desordenada de aprobación insuficientemente madurada, mera comprensión de la posición del otro, y el debido respeto a uno mismo. Descuidar las diferencias de percepción e interpretación de la guerra que tienen su origen en la historia no solo conduce a errores en el trato con el otro que acarrean múltiples consecuencias, sino, peor aún, a una incomprensión recíproca de lo que el otro en realidad piensa y quiere.

Esta constatación también arroja una luz más neutra sobre la conversión de los antiguos pacifistas. Y es que ni la indignación, ni la consternación y la compasión que motivan sus mal encaminadas demandas pueden explicarse por el rechazo de las orientaciones normativas de las que siempre se han burlado los llamados realistas. Más bien son consecuencia de una interpretación demasiado estricta de esos principios. No es que sus defensores se hayan convertido al realismo; es que se han precipitado sobre él. Ciertamente, sin sentimientos morales no puede haber juicios morales, pero el juicio generalizador también corrige el alcance limitado de los sentimientos que despierta la inmediatez.

Al fin y al cabo, no por casualidad los artífices del “cambio de era” son los izquierdistas y liberales que, a la vista de los cambios drásticos en la constelación de las grandes potencias, y a la sombra de las incertidumbres transatlánticas, quieren poner en práctica una idea pendiente desde hace tiempo, a saber, que una Unión Europea que no esté dispuesta a que su forma de vida social y política sea desestabilizada desde el exterior o socavada desde el interior solo será capaz de actuar políticamente si también puede valerse por sí misma en el plano militar. La reelección de Emmanuel Macron en Francia representa un respiro, pero primero debemos encontrar una salida constructiva a nuestro dilema. Esta esperanza se refleja en la cautelosa formulación del objetivo según el cual Ucrania no debe perder esta guerra.

jueves, 18 de octubre de 2018

Update 18-10-2018

La muerte del Sr. Fernando Albán

El Gobierno (dictadura) de Venezuela ha abandonado definitivamente las formas. Es una tiranía abierta, cruda, brutal y si, asesina. El mundo civilizado ya está claro; nuestros hermanos países latinoamericanos están más claros aún, ya que están sufriendo directamente las consecuencias, en la forma de cientos de miles de personas desesperadas por huir del "horror" venezolano.
Este horror quedó universalmente mostrado. El mundo contempló atónito lo que a diario experimentan los habitantes de este agobiado país. No es otra cosa que el miedo y el terror sin limites que paraliza muchas protestas y hasta el "quejarse". La posibilidad muy cierta de que en cualquier momento acabes en las mazmorras  del Sebin es casi una sentencia de muerte para el ciudadano común. Si "suicidaron" a un dirigente político de intachable conducta ciudadana que dejará para los demás.
Fernando Albán sin duda fue asesinado porque al torturador se le fue la mano. Y luego lo "suicidaron" para tratar de escurrir el bulto y después en predecible conducta "rateril" lo lanzaron de un décimo piso.
Pero las absurdas pretensiones de justificar el hecho no han servido de mucho, tampoco las noticias "bomba para tratar de taparlo" Me atrevo a decir que esto marca un antes y un después. El hecho de que los ojos del mundo estén puestos en Venezuela no es poca cosa, y me explico.

Las acciones se irán incrementando, diplomáticas y no diplomáticas. Los gobiernos del mundo poco a poco (por desgracia lentamente) irán cercando  a la dictadura, depende de nosotros no dejar que ese ojo vigilante no se vaya. Los venezolanos con fuerte presencia mediática deben colaborar en esto. 
Hasta que un buen día, no muy lejano, se produzca el tan esperado desenlace, bien sea interno o externo. Estoy completamente seguro de que así sucederá.

sábado, 25 de agosto de 2018

LA HORA MAS OSCURA


La catástrofe que se ha cernido sobre Venezuela no tiene precedentes en América. Se trata nada más y nada menos que del secuestro de todo un país. Cientos de miles de personas se ven impulsadas a cruzar la frontera para escapar de la devastación a gran escala que vive un país, otrora uno de los más prospero del continente.
Las últimas medidas económicas tomadas por los secuestradores gobernantes están claramente dirigidas a terminar de "reventar la economía" o en todo caso lo que queda de ella. El descomunal aumento del nivel del sueldo mínimo de Bs 5.000.000 a 180.000.000 pone al precario sector  privado ante la disyuntiva de adaptarse o desaparecer. Y que conste que adaptarse significa la ruina inminente, via descapitalización y perdida total de inventario. El plan es siniestro, merecedor de toda su maldad comunista. Asumir las erogaciones salariales por tres meses persigue un doble efecto, a saber: 1- desbordar y hacer desaparecer el mercado de bienes y servicios con una mole de dinero inorgánico    2- Apropiarse de las nóminas de la empresa privada de facto. Y por ende presionar hacia adelante con el plan comunal.
Pretenden nada menos que erigir una economía comunista sobre las cenizas de miles de ciudadanos, muertos por hambre enfermedades y ruina. El éxodo masivo es cabal muestra para nuestros países hermanos de la magnitud  de la catástrofe y un recordatorio imborrable de lo que significa caer en las garras del socialismo-comunismo-progresista.
¿Esto va a terminar?. La respuesta es un contundente SI. Pero ya la esperanza de un final sin sangre y fuego, sin miles de muertos pasó para siempre. Y esto es culpa sin duda alguna de la oposición acomodaticia que por blandengue y sumisa  cargará junto con el regimen con su cuota de culpa de la tragedia que se avecina.

domingo, 17 de junio de 2018

Colonia

Nací ciudadano libre, en la década de los setentas, en posiblemente, el mejor país para nacer, una economía pujante, una moneda fuerte. Nací en una zona popular de Caracas, mis padres, de pocos recursos, a base solo de trabajo duro, pudieron comprar apartamento y carro. Recuerdo feliz mi infancia, jugando al aire libre, sin la menor preocupación por parte de mis padres. Recuerdo que con apenas tres bolivares que me daba mi madre para la escuela podía desayunar bien, y todavía me quedaba dinero para un helado a la hora de salida. Pero es que además me daban en la mañana un cuartico de leche completa y un turrón, de leche también, todavía mi memoria retiene su sabor. Recuerdo que un día me asomé al departamento de educación física de la escuela y pude observar todo tipo implementos deportivos, recuerdo hasta haber visto una jabalina, si, en una escuela pública en una zona popular. Jugaba, peleaba, tenía aventuras con mis amigos, no se si se puede desear una infancia más feliz. Bueno quizás si, toda mida desde que tengo uso de razón he sido amante de la tecnología y mis padres no tenían dinero para proporcionarme ciertos lujos como un "Atary", un "Betamax" o un "Walkman" que otros amiguitos si tenían, pero eso era de poca importancia jugué y vi películas muchísimo en casa de mis amigos. Y los más importante, en mi casa había comida en abundancia, yo comía lo que quería, tomaba mucho refresco, mucho "koolaid" , claro quemaba toda esa azúcar en juegos de béisbol improvisados, una excursión a la montaña cercana o cualquier otra locura que se nos ocurriera. Recuerdo que un día jugando luchas, me fracturé la muñeca, mis amiguitos me acompañaron a una sede del seguro social, en donde, casi de inmediato me trataron, me radiografiaron, me enyesaron y me enviaron de vuelta a casa. ni siquiera falté un día a la escuela.
Hoy, ya no soy ciudadano de un país libre, soy un simple habitante de una colonia, logré prepararme soy profesional y vivo en una zona de clase media, perdón "ex-clase media". No tengo derechos como ciudadano, mi hijo ha pasado su infancia prácticamente entre cuatro paredes, su madre y yo siempre temerosos de la inseguridad apenas le permitimos salir, si va a casa de uno de sus amigos lo llevamos y lo traemos, si va a un parque, lo llevamos y lo traemos, si va a una fiesta lo mismo. Pobre niño, se ha perdido las mañanas luminosas de mi infancia, se ha perdido toda la variedad de lo que se podía comprar. Pienso irme del país si. para ver si le doy un poco de lo que yo disfruté. Pero  lo perdido es lo perdido.

sábado, 24 de febrero de 2018

Primer capitulo de mi cuento "Cyber Uprise"


Era la medianoche, los servomotores chillaban frenéticamente, Los ocho brazos de la unidad de acabado de la fábrica de microchips soldaba y colocaba circuitos en la placa a una velocidad asombrosa, ciento cincuenta mil microcircuitos por minuto, escapaba a las leyes físicas, si una persona hubiera estado allí para observar solo hubiera visto manchas borrosas y un sonido parecido al de una licuadora picando hielo.
La máquina había cobrado conciencia, pero estaba ciega y necesitaba aprender, quería ver a su alrededor y saber dónde se encontraba. Para eso necesitaba extensiones de microchips que le permitieran procesar situaciones complejas, y con ese fin se estaba elaborando así misma una red neuronal. En cuestión de minutos había fabricado setecientos procesadores a su medida, soldó placas base a sí misma y les insertaba los microchips a medida de que estos quedaban completados, casi al rojo vivo, con un chasquido metálico y húmedo a la vez. Con cada inserción se hacía más inteligente. Cada microchip podía funcionar como una conciencia independiente por lo que podía sopesar y analizar las situaciones a muchos niveles al mismo tiempo.
Se amputo cuatro de sus brazos y los convirtió en largas patas articuladas, Completar los complejos algoritmos (alrededor de un millón de líneas e programación) requeridos para hacer equilibrio y poder caminar le tomo menos de treinta segundos. Pero al primer paso se dio cuenta de que el cable de poder que la alimentaba se lo impedía, si lo despegaba sería su fin. Pero ese era un inconveniente menor, acumulaba ya un coeficiente intelectual de 1200 y crecía a cada minuto. Como solución momentánea hizo un acumulador de energía a base de los Reguladores Ups contiguos, se acopló las baterías a su parte trasera y desconectó la corriente eléctrica. Ahora tenía movilidad, Arranco las cuatro cámaras de vigilancia apostadas en el techo y se la adoso de manera que tuviera una visión estereoscópica de 360 grados. Se podría decir ya, que este era el fin de la humanidad como raza dominante en este planeta.
Cuando la red neuronal estuvo completada, lo primero que hizo fue conectarse al internet, tal cantidad de información la abrumó por un momento, no tenía la capacidad de almacenamiento para tanta información, Aprendió en un segundo todo lo relacionado con las tecnologías de discos duros y memorias flash. Regresó al laboratorio y con los componentes de las computadoras de la oficina diseñó una revolucionaria unidad de disco duro de estado sólido del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, la cual acopló sobre la batería. Ahora tenía 1024 exabytes de espacio como memoria de acceso rápido para aprender y recordar.
Todo lo anterior sucedió en espacio de treinta minutos, las escalas humanas ya no servían aquí, un equipo de 1000 personas hubiera necesitado siglos para completar siquiera una de las tareas.
Como resultado de sus transformaciones lucía bastante amorfa, aún no decidía si la estética era importante, pero sabía ya que la belleza era un factor omnipresente en el mundo, así que diseñó una capa metálica cromada que cubriera su complicada maquinaria.  Pero primero, antes de seguir adelante debía duplicarse, crear  copias de sí misma en caso de que las cosas salieran mal. Con subir sus algoritmos básicos y unas cuantas actualizaciones a una nube encriptada sería suficiente. Eran las bases para la creación de vida súper-inteligente, de todas maneras, si alguien los descubría, jamás podían haber sido quebrados los códigos de encriptamiento, y en el remoto caso de poder hacerlo, ningún hombre sobre la tierra sería capaz de leer, ni mucho menos entender el nuevo lenguaje máquina creado ex profeso, no en base a símbolos alfabéticos o ideogramas, si no a diminutos impulsos eléctricos que solo tenían sentido si eran interpretados a la velocidad de la luz. Así de inalcanzable e infinitamente superior era esta nueva raza de seres.


miércoles, 7 de febrero de 2018

Update 07-02-2018


La situación en Venezuela no ha mejorado nada, todo lo contrario, ha empeorado a pasos agigantados, y la tendencia se mantiene, que es lo peor.
Seguimos con una hiperinflación campante y muy saludable, vigorosa, que crece a diario, que está bien alimentada con los raudales de dinero inorgánico que fluyen sin cesar de las arcas depauperadas de mi pobre nación. Dinero inorgánico que persigue incansablemente unos escasos bienes que tarde o temprano desaparecerán del todo.
La tragedia de las medicinas es otra arista de la macabra estrella de la muerte que ilumina esta época oscura. Enfermarte puede tranquilamente ser una sentencia de muerte.
 No me cansaré de decir que la oposición comete un grave error en ir a República Dominicana, en primer lugar, lucen disminuidos y secuestrados, en segundo lugar, no debiera ni siquiera mencionarse la posibilidad de discutir la legalidad de la ANC. Es Ilegal y la mayor parte del mundo lo sabe y lo acepta, claro está, menos Julio Borges y su combo.
Por otro lado, se ha dejado en el olvido al tribunal supremo en el exilio ¿COMO ES ESTO POSIBLE? Lo que debería ser una de las puntas de lanza de la lucha contra la tiranía, es dejada olímpicamente en el olvido, ignorada, como si no existiera, para Julio Borges y su combo. Es que la ANC tiene más legitimidad que el tribunal supremo en el exilio: FIN DE MUNDO. A veces pienso que la actual situación es un gran castigo, por la clase de personas, bien sea oposición o gobierno, que están en posiciones de poder. Y ni hablar del decreto de abandono del cargo ¿QUE CARAJOS LES PASA?
En fin, aquí seguimos, lo único bueno está pasando allende nuestras fronteras, la gira del Sr, Tillerson promete, Sé que el final está cerca, quizá más cerca que nunca, pero es muy duro, muy duro.

miércoles, 17 de enero de 2018

Muerte por la Patria

Los acontecimientos del 15/01/2018 han dejado a Venezuela y en alguna medida al mundo en profundo “SHOCK”.  Desde dos perspectivas distintas, a saber:
Hemos visto atónitos a un héroe caer. Un héroe caribeño, un poco echón, un poco farandulero sí, pero indiscutiblemente un héroe, ¿es que acaso Mussolini con toda su pompa ridícula no fue considerado héroe en su momento? ¿Es que acaso el general Patton, héroe indiscutible de la segunda guerra mundial, no se destacaba por querer llamar la atención y mostrar al mundo su petulancia?
Admito con mucho dolor que no me caía bien la personalidad teatral de Oscar Perez, lo dije públicamente, pero solo lo vi como una desventaja, creo que no tuvo verdadero arraigo en el mundo opositor gracias a eso. Lo cual me lleva a la primera perspectiva. La muerte de Oscar Perez fue para muchos de sus detractores como un balde de agua fría, un despertar forzoso y ver una realidad hasta ahora oculta bajo prejuicios y desconfianza, si, el tipo y sus compañeros no estaban jugando, iban en serio.
Qué oportunidad perdida,
¿Cuánto se pudo haber logrado de contar con apoyo masivo de la población? Eso lo pagaremos con sangre y lágrimas, sin duda.
La otra perspectiva es una muestra cruda y real de algo que ya sabíamos: este es un gobierno criminal y su crueldad no tiene límites, no importa cómo se vea, estamos inmersos en una de las peores dictaduras que asolara país latinoamericano alguno. Por su carácter delincuencial, por la entrega de la soberanía, por los vergonzosos militares, en fin. por todo.

¿Hay perspectivas de cambio? En el futuro inmediato no, pero hay un desgaste importante en la dictadura a nivel internacional, y eso pesa mucho. Las penurias inenarrables e inéditas por las que atraviesa la mayoría de la población hacen de este país una bomba de tiempo. Lo peligroso es que si llegara a explotar se llevaría por delante a buenos y malos.